“Al este y al oeste…”, “… una flor y otra flor celeste…”, dice la canción de María Elena Walsh sobre este árbol extraordinario que, todos los años, adorna el país con su color difícil de definir entre lila y celeste.
Se trata de un árbol autóctono del noroeste argentino, aunque se lo puede encontrar también en el litoral, y es ampliamente cultivado por sus vistosas flores.
Es uno de mis árboles favoritos. Más allá de su belleza, me gusta que hace un poco la suya, sin seguir a la mayoría. En invierno mantiene sus hojas, mientras el resto de los árboles las dejan caer. Y en primavera se deshace de las suyas para primero florecer, dándole protagonismo a sus flores en forma de corolas en un tono que cambia según la mirada, la luz del momento o el color del cielo. Finalmente despliega sus hojas, grandes, de hasta 60 cm, de un verde vibrante, finamente divididas y de un impactante aspecto tropical.
El jacarandá fue uno de los tantos árboles que trajo de los bosques a las ciudades Carlos Thays, el paisajista francés que transformó la fisonomía de la Ciudad de Buenos Aires entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Como toleran la polución de las ciudades y sus raíces no traen demasiados problemas en las veredas, son muy utilizados en el arbolado urbano. Actualmente, en la ciudad de Buenos Aires, hay unos 15.000 ejemplares.
No te pierdas Buenos Aires en noviembre donde “llueve y lloverá”, como dice la canción de María Elena Walsh, “una flor y otra flor celeste”, tiñendo la ciudad de ese color difícil de definir, entre lila y celeste.